La luna brillaba sobre la gran cuidad. A pesar de su elegancia, de su tranquilidad y de su delicadeza las celosas nubes negras del cielo no la dejaban mostrarse. Una tormenta estaba por llegar. Dos pajaritos hicieron volar sus pequeñas alas rápidamente tratando de llegar al único árbol visible. Con la llegada de estos monstruos de humo llegó la tristeza, el aburrimiento y la desgracia. A la hora de dormir, contar historias a los niños ya no era parte del ritual. Los niños no lograban dormir y mucho menos soñar; su mundo imaginario estaba lleno de pesadillas. En el corazón de los habitantes se hospedó el miedo, la angustia, y la falta de creatividad. Su espíritu era incapaz de recordar la alegría y la felicidad. De ese universo único y espantoso, era imposible despertar.
Una mujer con un rostro radiante de luz navegaba a bordo de una barca sobre las grandes aguas celestiales. Vestida con satín blanco y una larga capa azul, aquella mujer, de nombre Nanes admiraba a su alrededor la majestuosa naturaleza, cuando de pronto, el viento se tornó frío, Nanes pudo sentir que los corazones de la gente se encontraban sumergidos en las tinieblas, y aquella sensación de paz se transformó en nostalgia.
Nanes levantó su rostro hacia el cielo y buscando las estrellas pronunció:
Quisiera tanto que recordaras
aquellos momentos de amistad
de estrellas celestiales
y pletórica felicidad
Quisiera que recuerdes aquella historia
que despierto te hizo soñar
en aquel edén secreto
donde nos volveremos a encontrar
No temas a la oscuridad
solo mira hacia el cielo
y las estrellas iluminarán
el regreso a tu hogar
© Catherine Benich